domingo, 3 de enero de 2010

NUEVO AÑO, VIEJO MUNDO

Empieza un nuevo año según la convención del calendario, pero realmente no empieza nada sino que la vida continúa o, como diría mejor Neruda, “la tierra no lo sabe”. Tiene, sin embargo, algunas ventajas el hecho de ir marcando el tiempo y hacer rituales de olvido y renovación: Olvidamos los aciagos días precedentes con el ritual de fin de año y, al elaborar propósitos, a veces los mismos, intentamos perder el tiempo lo menos posible y eliminar la desazonante sensación de que se nos escapa sin remedio. Tal vez el mismo vano intento de atrapar la vida y expresarse que late tras el impulso que nos lleva a muchos a arar sobre el campo blanco con estos bueyes que siembran semilla negra, lamentando, como el replicante de Blade Runner que todo esto desaparecerá como lágrimas en la lluvia.
Pero lo triste del nuevo año no es que la tierra no lo sepa sino que no lo saben tampoco quienes tienen alguna capacidad de decisión sobre nuestras pobres vidas y no han cedido a la popular tentación de hacer buenos propósitos que nos convenzan de que estamos ante algo nuevo. Nada ha cambiado después del champán y las uvas o el ritual con el que cada cual se despida de un año y abrace al otro. Valgan como ilustración algunos ejemplos: Juan López de Uralde, junto a otros tres activistas de Greenpeace, continúa preso en una cárcel danesa como esclarecedor símbolo de los resultados de la cumbre de Copenhague sobre el clima, de quién ha ganado y perdido; por si no fueran suficientes Irak y Afganistán, en Yemen se perfila un tercer frente que pone de manifiesto, junto a lo ocurrido en Copenhague, hasta qué punto Obama representa poco de nuevo en la política exterior de EE.UU. respecto a su predecesor, como era de prever, salvo en un lenguaje más inteligente, aunque no más inteligible; por estos pagos, el presidente Zapatero continúa diciendo sandeces, que nos hacen sentir vergüenza ajena, la última, que va a liderar la salida de Europa de la crisis y, ya más cerca, el alcalde de Getafe continúa adelante con su propósito de seguir urbanizando el término hasta no dejar zona verde viva, sin barruntar siquiera que su voluntad y la realidad pueden tomar caminos muy divergentes en esta ocasión, o eso quiero pensar. En fin, es una pequeña muestra de que el año va a seguir por los mismos o parecidos derroteros que el anterior.
Sí, la vida pública da pocas alegrías y sucumbo a la tentación de ir a buscar consuelo a la zozobra en la privada y hacer propósitos. Como no quiero perder peso (no me estorba ni un gramo), ni tengo que dejar de fumar, porque no fumo, ni quiero renunciar a beberme el Möet que me han regalado y todas las copas compartidas que el destino tenga a bien depararme, me hago el propósito de hacer lo que quiera siempre que me dejen y sobre todo de ceder al deseo de conocimiento, a la contemplación, que es el mejor empleo que podemos dar al tiempo porque el mejor antídoto contra las desilusiones de la realidad es comprenderla o intentar comprenderla. También es la mejor forma, junto a la creación, si puedes, de sobrellevar la conciencia de nuestra futilidad. Por eso empiezo el año recordando y compartiendo con vosotros unas palabras de Marco Aurelio: “La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerdo con ella”. Entendiendo la benevolencia como compatible con la crítica al poder, y sin ser muy estrictos en el menosprecio de los movimientos de los sentidos, porque no somos estoicos iniciados sino aprendices, la receta es válida para encarar unos meses estoicamente felices, contemplando.

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