martes, 25 de agosto de 2009

Nueva ley de Libertad Religiosa

El Gobierno ha anunciado, para el nuevo período de sesiones de las Cortes, la tramitación de un proyecto de ley que sustituya a la actual Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1.980. Poco se ha filtrado del proyecto pero una cosa es clara: Esta ley no va a resolver el problema de la anomalía del tratamiento de la religión en nuestro ordenamiento jurídico. Y no lo va a resolver porque cualquier ley que pretenda abordarlo tiene el techo insalvable de los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede de 3 de Enero de 1.979, acuerdos que tienen la consideración jurídica de tratado internacional y que, por tanto, obligan al Estado en tanto no se denuncien, cosa que ya tenemos claro que el gobierno del PSOE no va a hacer.

Los cambios habidos en la sociedad española son la justificación que da el Gobierno para modificar la actual ley. Esos cambios deberían haber llevado a la denuncia de los Acuerdos, cuya contradicción con la Constitución es, de por sí, motivo para llevarla a cabo. No olvidemos que se negociaron antes de la redacción del artículo 16.3 de la misma y que, tramposamente, se firmaron días después de su entrada en vigor para evitar la aplicación de la cláusula derogatoria. En la parte final del 16.3 se introdujo el ambiguo párrafo que los intentaba hacer digeribles. Es de temer que los cambios a los que tratan de dar respuesta se refieran al número creciente de fieles de otras religiones y que se pretenda equipararlas con la Iglesia Católica en el nuevo texto legal, para compensar la situación de privilegio de que disfruta ésta. Es decir, queridos correligionarios ateos, que, si no queríamos caldo, nos darán dos tazas, pero del Estado no confesional que, sobre el papel, tenemos desde 1.978, nada. También se regulará en la ley la retirada de símbolos religiosos de los espacios públicos. Algo es algo, me digo; pero no, no nos entusiasmemos que, a renglón seguido, el señor Caamaño, ministro de Justicia, nos indica que se exceptuarán los que tengan valor histórico, artístico o para el patrimonio. ¿Y no estarían mejor en los museos?

Ante el anuncio de la Ley, los representantes de la Iglesia Católica han empezado a afilar sus armas dialécticas y a decir cosas tales como que la reforma sirve como excusa para imponer un laicismo fanático. A la hora de hacerse las víctimas son únicos, pero saben bien que, teniendo asegurada la vigencia de los Acuerdos, la situación no puede alterarse sustancialmente. Son muchas las materias que, en virtud de ellos, no son susceptibles de reforma. Por enumerar algunas, según el Acuerdo de asuntos jurídicos, el Estado se obliga a convenir con la Iglesia las fiestas que deben coincidir con festividades religiosas y los efectos civiles del matrimonio eclesiástico y de la nulidad del mismo; en el de asuntos económicos se establecen las bases por las que se rige la financiación a través de los presupuestos del Estado y en el de enseñanza y asuntos culturales se dispone que los planes educativos incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los centros de educación en condiciones equiparables a las demás disciplinas. Sobre el asunto de la financiación, el gobierno de Zapatero ha llegado incluso a ampliar el porcentaje de asignación tributaria, de los que elijan que se destine su aportación a la Iglesia, del 0,52 al 0,7 por ciento de la cuota del IRPF para compensar la pérdida de la exención del IVA, no permitida por la normativa comunitaria. El sistema utilizado para esta modificación ha sido el de "canje de notas" por lo que pasa a formar parte del Acuerdo y para su modificación se requerirá la denuncia. El furibundo laicista que dicen es el presidente debería protestar por esta acusación porque ha resultado ser su mejor amigo.

Estas cuestiones, y otras que figuran en los Acuerdos, no podrán ser modificadas por la anunciada ley y, así, seguiremos financiando todos a la Iglesia Católica, a pesar de que los que señalan en la declaración de la renta la casilla de la ayuda a la misma están en torno al 30 por ciento de los contribuyentes(esto significa que hay en torno a un 30 por ciento de católicos) y se seguirá dando catequesis católica en las escuelas por aberrante que nos pueda parecer que en el lugar destinado a la transmisión del conocimiento científico se enseñen creencias que lo contradicen. Seguiremos viendo que el Estado paga a los profesores de Religión elegidos por la jerarquía eclesiástica, y a los tribunales intentando hacer encaje de bolillos con las sentencias cuando se producen despidos por razones de moral católica que chocan con los derechos constitucionalmente reconocidos a todos los españoles pero que tienen lógica desde un punto de vista religioso. La religión solo debería tener cabida en el sistema de enseñanza a través de una asignatura como la "Historia de las Religiones", estudiadas con el mismo criterio que cualquier disciplina histórica, objetividad. Pero, hoy por hoy, el sueño de una escuela laica seguirá siendo un sueño.
Y lo más irritante del asunto es que una cuestión como la de las relaciones de las iglesias y los creyentes con el Estado no estén reguladas por una norma de Derecho Interno sino por un tratado internacional, en un caso de asombrosa cesión de soberanía que hunde sus raíces en el franquismo pero del que aún no hemos logrado librarnos. Con el PP no lo vamos a lograr; su alianza con la Iglesia Católica es un elemento casi consustancial. Pero con el PSOE parece ser que tampoco y no porque tema al poder agitador de la misma sino porque, en su seno, junto a los laicistas, hay un nutrido grupo de católicos fervientes que no están por la labor. No es el caso de Peces Barba, creyente pero partidario de la no confesionalidad efectiva del Estado, sino de socialistas como Bono que, cuando presidía la Comunidad de Castilla-la Mancha fue más allá de lo acordado, introduciendo la enseñanza de la religión católica en la Educación Infantil. No sé cuántos son los de esta tendencia pero sí sé que son influyentes y, mientras los laicistas no den la vuelta a la situación en el PSOE, seguiremos topándonos con la Iglesia.

sábado, 15 de agosto de 2009

VERANEANDO EN SUECIA

La escritora Donna Leon no tenía su mejor día cuando, en un curso de la Universidad de verano Menéndez Pelayo, hizo unas declaraciones demoledoras sobre la novela Millennium, tras afirmar que no había terminado el primer libro. No es raro que hayan salido en tromba a descalificarla los aficionados a la saga de Larsson. Al fin y al cabo, ella es escritora de novela negra y ni sus libros ni los de Larsson son Gran Literatura, sino literatura para entretener, por lo que, desde ese punto de vista, la crítica sobra. Al parecer, hizo referencia a la amoralidad que trasluce la historia, lo que revela que no la ha leído. Estas desafortunadas declaraciones la han llevado a ser acusada de envidiosa del éxito de su colega porque, en pocos meses, se han vendido muchos más ejemplares de Millennium que los que ella lleva vendidos de sus muchos libros del comisario Brunetti.


Y es que, por mucho que nos guste el comisario Guido Brunetti y el marco veneciano en el que se desenvuelve, un personaje tan fascinante como el de Lisbeth Salander lleva todas las de ganar por su originalidad. La investigadora hacker de pasado turbulento, sociópata y superdotada, seduce pese a su inverosimilitud, como seduce al periodista Mikael Blonkvist, principal personaje representante del bien en el contexto de corrupción que la novela muestra. Asistimos así a un romance en el filo de lo imposible pero deudor de la tradición de la novela romántica, de hábilmente graduada tensión amorosa que nos hace recordar a Elizabeth Bennet y Mr. Darcy de "Orgullo y Prejuicio", por ejemplo, salvando todos los abismos de época y códigos de conducta y dejando a salvo la calidad literaria de Jane Austen, claro está. No se ve, pues, ese "agravio al amor humano, a las relaciones humanas", pues no "todos los contactos sexuales son violentos o fuera de límites". Si se refiere a las prácticas delictivas de los personajes del lado oscuro, están tan obviamente condenadas como para que no quede duda de que estamos ante una historia claramente moralizante. El ensalzamiento de la amistad, la lealtad, la progresiva socialización y rehabilitación sentimental de la protagonista, no dejan dudas sobre ello. Es cierto que el sexo, en los personajes del lado "claro", aparece como punto de partida en las relaciones más que de llegada y es en esto en lo que no sigue el patrón romántico al uso, pero se trata más de una desmitificación que de una banalización, como corresponde a una mentalidad que ha superado los patrones judeo-cristianos.


En línea con la temática de la novela negra, nos muestra las cloacas del paraíso sueco y constatamos que la violencia contra las mujeres siguen tan presentes en esta sociedad aparentemente igualitaria como en las consideradas tradicionalmente machistas. Esto ya nos lo había mostrado el inspector Wallander de Henning Mankell. La presencia recurrente de esta cuestión en la novela negra sueca es indicio de una toma de conciencia sobre el problema. Intuimos también que la solución legal dada al problema de la prostitución no está siendo un éxito y, en resumen, damos un paso más en el conocimiento de un país y una sociedad que está en muchos aspectos en el polo opuesto del nuestro pero con lacras que nos resultan conocidas. Todo ello en un estilo más periodístico que literario pero que, salvo algún fallo de traducción, es agradable de leer, sin peligro de pervertirse, y, viajando a través de las letras a latitudes más frescas, nos ayuda a sobrellevar este verano inclemente.

jueves, 6 de agosto de 2009

HIROSHIMA 64 ANIVERSARIO

Hoy hace 64 años del lanzamiento por parte de EE.UU. de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Ni el horror que desencadenó aquella acción y la siguiente sobre Nagasaki, ni la certeza del peligro de exterminio masivo que supone la acumulación de armas nucleares, han sido suficiente motivo de reflexión para llevar a los países miembros del club nuclear a tomar la decisión, tan sencilla como aparentemente imposible, valga la paradoja, de poner fin a la locura y abordar la destrucción de todas las armas nucleares.
En Japón hoy se ha conmemorado el aniversario con un llamamiento por parte del primer ministro de conseguir la abolición de las armas nucleares para 2020. El Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, también nos ha invitado a convencer a los dirigentes de la futilidad y peligro de las armas nucleares. Pero, ¿se ve realmente la salida del túnel?
En la nueva Administración de EE.UU. hemos apreciado un cambio de lenguaje, pero esto no es suficiente. Los acuerdos alcanzados con el presidente Medvédev en la visita del presidente Obama a Moscú a comienzos de Julio para la firma del tratado que debe sustituir al START I, precedida por unas declaraciones sobre la posibilidad de un mundo desnuclearizado, no están a la altura de las expectativas que han despertado. La reducción de un tercio de los arsenales nucleares de ambas potencias, entre 500 y 1000 unidades de misiles portadores y entre 1500 y 1675 de cabezas nucleares, dejan los arsenales de las dos superpotencias con la capacidad suficiente para destruir la vida en la Tierra varias decenas de veces, sin contar los de los otros 6 países con armas nucleares. Esto significa que el nuevo tratado, que se sigue negociando, no representa un avance cualitativo respecto a los que lo han precedido desde 1972. Los acuerdos precedentes han podido servir para poner al día el armamento que envejece pero no para hacer un mundo más seguro.
La próxima cita importante será el 24 de Septiembre, en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando el presidente Obama tiene previsto abordar la cuestión de la no proliferación y el desarme nuclear. Me temo que el énfasis se ponga en la no proliferación, más que en el desarme. Aunque el lenguaje bushiano del "eje del mal" para condenar las pretensiones nucleares de Corea del Norte e Irán está afortunadamente descartado, no por ello se abandona la orientación de centrarse en evitar las nuevas incorporaciones al club nuclear y dejar el desarme para mejor ocasión. Lo sensato es pensar que el desarme sería la mejor garantía de la no proliferación y no al revés.
Pero hay algunos signos positivos en el horizonte, aunque débiles. Para mí uno significativo es el artículo que en Enero de 2007 publican en el Wall Street Journal importantes ex-mandatarios de diversos gobiernos de EE.UU., entre ellos, el ex-Secretario de Estado desde 1973 a 1977 Henry Kissinger, retirado de la vida política hace tiempo pero influyente personaje todavía. En dicho artículo, titulado "Un mundo libre de armas nucleares", tras explicar el peligro que suponen las armas nucleares y las veces que estuvimos al borde del desastre, que ellos conocen de primera mano por sus responsabilidades, y el incremento del riesgo actualmente, proponen que EE.UU. tome el liderazgo para caminar a la desnuclearización total. Si bien justifican la necesidad de las mismas durante la Guerra Fría, afirmación de la que muchos disentimos, lanzan una propuesta de futuro para el desarme nuclear, que revela que algo se está moviendo.
El mejor signo sería que desde la sociedad civil se tomara conciencia y se relanzara el movimiento por el desarme nuclear que presionara a los gobiernos. Para ello, es imprescindible que no nos dejemos distraer con gripes o recesiones. O, de lo contrario, si somos una especie tan necia que carecemos de cordura para evitar la autodestrucción, pese a la inteligencia que nos ha hecho avanzar técnicamente, es que tal vez merecemos ese holocausto.