miércoles, 9 de septiembre de 2009

PROSTITUCIÓN. DE LO SÓRDIDO A LO SUBLIME SIN ESTACIÓN INTERMEDIA

Cuando los políticos y legisladores se ponen sublimes, hay que echarse a temblar. Cuando se confunde la ética privada con las leyes que regulan una realidad imperfecta, podemos estar seguros de que, no sólo no se va a solucionar un problema, sino de que se va a perpetuar y empeorar. Una de las cuestiones recurrentes en las que la doble moral se pone de manifiesto, poniendo muy alto el listón de cómo deben ser las cosas, mientras se cierra los ojos ante lo que son realmente, es la de la prostitución.

Con motivo de la situación en el barrio del Raval en Barcelona, que se ha aireado en los últimos días, ha vuelto a suscitarse el debate sobre la legalización de la prostitución voluntaria y hemos vuelto a escuchar o leer los tópicos habituales. El de que la legalización significa consolidar e institucionalizar la explotación del cuerpo de las mujeres como mercancía es el argumento con el que una representante del PSOE contesta a las demandas de legalización. En este partido apuestan por la abolición, dicen, queriendo decir por la desaparición, al igual que en el PP, salvo la voz disonante de Esperanza Aguirre, con la que en esta cuestión estoy de acuerdo(cosas más raras se han visto). A mí esta apuesta me trae a la memoria aquellas palabras de la canción de Georges Moustaki: "Yo decreto el estado de felicidad permanente...", pues tan alcanzable me parece ese estado como la desaparición de la prostitución.

En primer lugar, habría que empezar por reconocer que esa explotación y degradación afecta no solo al cuerpo de esas mujeres, sino también al de los hombres que, según las estadísticas conocidas, no sé si fiables por tratarse de una actividad alegal, son en torno a un 5 por ciento del total de personas que ejercen la prostitución, siendo un 7 por ciento los transexuales y un 88 por ciento las mujeres. Los que opinan que comprar los servicios sexuales de una persona que voluntariamente los ofrece es violencia machista deberían explicar cómo encaja esa categoría cuando se trata de un hombre y el cliente es una mujer, mercado minoritario y silencioso por razones sobre todo culturales, pero que ahí está. Por otra parte, la dignidad o degradación que se asocien a una conducta son conceptos en gran medida subjetivos, aunque tengamos muy enraizadas ciertas nociones de lo que es digno y una de ellas es que el cuerpo y la relación sexual debe formar parte de un ámbito de libertad que debe estar ajeno al mercado. Eso es lo ideal y a lo que, sin duda, todos tendemos. Pero considero afortunados, no mejores en principio, a los que no tienen dificultad para vivir de acuerdo al ideal, en este u otros terrenos. Dado que los deseos son universales y repartidos con generosa igualdad, mientras que el atractivo que facilita su satisfacción está muy injustamente distribuido, al igual que la riqueza y la educación, cuya falta lleva a muchos a no ser exquisitos, tenemos ahí una causa muy obvia y permanente de existencia de una demanda que inevitablemente genera una oferta.

Tampoco podemos obviar que hay otros valores no mercantilizables que nadie cuestiona que se hayan mercantilizado. Un caso clásico es el de la opinión, la expresión del pensamiento, tantas veces vendida al mejor postor, a veces traicionando las propias ideas en aras del beneficio económico. Ni podemos obviar lo que muchos matrimonios tienen de transacción mercantil bajo el halo de respetabilidad que les da la institución. Refrenemos el átaque ético cuando se trata de quitar la dignidad a los más débiles, porque es precisamente la ausencia de una regulación legal lo que hace indigna la actividad. A quienes dicen que nadie se prostituye con libertad total, les diría que no conozco peones de albañil ni limpiadores encantados con su profesión. No pretendamos resolver la contradicción necesidad-libertad de una forma parcial.

Cuestión distinta, aunque conectada, es la esclavitud a que se ven sometidas muchas de las prostitutas inmigrantes. Hay una coincidencia casi unánime en la opinión pública a la hora de condenar la actividad de las mafias que esclavizan a mujeres inmigrantes que hoy día son mayoría en el sector, así como hay mayoría que apoya la legalización cuando la actividad es voluntaria. El Plan Integral de Lucha contra la Trata de Seres Humanos con Fines de Explotación Sexual parte de la base de que son esclavas y víctimas. También el Código Penal castiga al proxeneta pero no a las personas que ejercen la prostitución. Sin embargo, lo que se ha puesto de manifiesto en Barcelona es que, a la postre, las multadas y penalizadas son ellas. Los Ayuntamientos, como el de Barcelona y próximamente el de Getafe, que optan por erradicar la prostitución de la vía pública no tienen otro objetivo que el estético, pero es que tampoco es de su competencia entrar en el fondo del problema.

Obviamente la legalización no es la solución para acabar con las mafias pero sí sería un paso importante en esta dirección. También un elemento de clarificación para los clientes que no quieran contribuir a la esclavitud. Y tampoco los países que han optado por la penalización del cliente, como Suecia, han resuelto el problema. Holanda y Alemania han optado por la legalización y el Tribunal de Justicia Europeo avaló la consideración de la prostitución como actividad económica. Creo que es la vía más sensata por lo expuesto y porque lo menos ético en este asunto es la hipocresía.

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